7. El método experimental y el conductismo

Los métodos de que se vale el conductismo son totalmente objetivos; es decir, en ellos no queda ni rastro de introspección. Sin embargo, estos métodos no son tan nuevos como podría pensarse, pues, en el fondo, han sido tomados de la biología, fisiología y psicología experimental. Debemos recordar aquí lo que se ha dicho, que Watson ha hecho sólo una psicología animal y que sus métodos son, en lo capital, procedimientos de ésta. No hay en Watson una exposición sistemática de aquéllos; por lo tanto, aquí nos apoyamos en sus indicaciones y en nuestras conjeturas. Son los siguientes:

1.º La observación objetiva, ya en forma directa (sin aparatos), ya en forma instrumental, y así superior. La observación debe combinarse siempre con una estadística de los casos observados. En la psicología animal tenemos la primera forma cuando observamos al animal en su vida salvaje, libre (en el campo); la segunda, cuando lo observamos en condiciones que sólo la cautividad puede ofrecer (aislado). Ambos procedimientos se complementan.

2.º Experimento, en el que podemos distinguir los procedimientos siguientes:

A) Procedimiento del aprendizaje. Se hace aprender al animal una reacción mediantejaulas que hay que abrir con mecanismos más o menos complicados; o mediante laberintosque hay que saber recorrer (claro, construidos en forma de cajas). Aunque Watson no los cita, habría procedimientos análogos aplicables al hombre.

B) Procedimientos que se basan en la conducta determinada por la organización del animal. Así, por ejemplo, se investiga qué conducta siguen los animales con respecto a la luz coloreada, y de aquí se concluye la organización del aparato visual del animal.

C) Procedimiento de los reflejos condicionados por el hábito o la emoción. Este método, como ya se dijo, ha sido tomado del fisiólogo Paulov que, como es sabido, estudió las secreciones gástricas del perro bajo determinadas condiciones psíquicas. El reflejo condicionado, en su variación, nos dará noticia objetiva; por lo tanto, según Watson, exacta, de muchas cosas que hasta ahora son sólo datos de conciencia en el hombre. Veamos este procedimiento aplicado a la psicología animal. Los umbrales diferenciales de altura del sonido pueden determinarse en el perro mediante la secreción salivaI. Para esto no es necesario más que tener un dispositivo para recoger la saliva segregada y acostumbrar al animal a que el alimento se le da cuando suena un silbato de una determinada altura. Ahora bien; siempre que oiga dicho silbato, el perro, así habituado, segregará saliva, aunque el alimento no aparezca. Variemos ahora el sonido haciendo un poco mayor la altura. ¿Qué pasará? Si el perro confunde este sonido con el primero, segregará saliva; si no lo confunde, no lo hará. De esta manera podemos determinar el número de vibraciones necesarias para que el perro no segregue ya saliva; es decir, determinaremos el umbral diferencial auditivo de altura en el perro. Claro que este método es aplicable al hombre, por ejemplo, en el dominio de la emoción.

D) En el hombre se presenta aún el método de la respuesta verbal o reacción verbal. Sirvan de ejemplo los tests verbales usados en la psiquiatría. La reacción es también aquí fisiológica, pues el pensar mismo (como se ha dicho antes) se reduce para Watson a movimientos de la laringe.

E) Por último, los diferentes tests o pruebas mentales usados en la psicología, pero entendidos en un sentido objetivista.

Debemos pasar ahora a la crítica del conductismo. En ella es preciso considerar qué es lo insostenible y qué es lo válido en él. En cuanto a la crítica negativa, haremos ver sucesivamente: cómo el conductismo supone la psicología tradicional, cómo no da razón de los procesos de conciencia y cómo parte del supuesto inseguro de que la conciencia no es un factor de la conducta de los seres animales.

Que el conductismo no se libra de la introspección y de la psicología tradicional, lo muestra el hecho de que habla de pensamiento, emoción y, en general, de estados mentales, y los proyecta en la periferia en forma de estados fisiológicos. Esto supone realmente una psicología introspectiva y una psicofisiología, porque para ello es preciso saber: 1.º, que existen dichos estados; 2.º, que se hallan en relación con determinados procesos fisiológicos. De otro modo no se hablaría más que de movimientos, contracciones, etc., y la psicología habría totalmente desaparecido. Si hay psicología en el conductismo es porque en él existe una introspección tácita.

En cuanto al segundo punto, hay que poner de relieve que, aun cuando la conducta como sistema de reacciones fisiológicas estuviera totalmente estudiada, nos quedaría todavía el problema del aspecto interno de ésta, de la conciencia, del espíritu, que directa e inmediatamente conocemos. El conductismo no podrá jamás suplantar, como dice acertadamente Titchener, a la psicología tradicional introspectiva. En todo caso, ambos estudios se completarán.

Por último, el conductismo supone que toda la conducta de los seres vivos puede interpretarse fisiológicamente, entendiendo por esto mecánicamente, y que la «imagen», a la inversa de lo que pensaba William James, no debe considerarse un factor de aquélla. No es dicha posición peculiar al conductismo; la hallamos también en todos los pensadores que intentan explicar la vida de los seres vivos como el funcionamiento de un mecanismo; en los mecanicistas, para quienes todo ha de reducirse en la biología a procesos físicos y químicos condicionados por la organización de los seres vivos. Jacques Loeb, el más ilustre representante actual de esta teoría, procediendo así, considera a los seres vivos como «máquinas químicas esencialmente de naturaleza coloidal» (20). Para los mecanicistas el ideal sería, pues, reducir todos los movimientos del ser vivo a reflejos, y éstos a movimientos simples inexplicables física y químicamente a los llamados tropismos; ideal, es cierto, ya que no ha sido realizado y está muy lejos de serio (21). Sin embargo, ante los datos irrecusables de la experiencia, se encuentra esta teoría con dificultades. Para obviarlas es preciso hacer modificaciones. Por una parte, los movimientos de los animales más simples exigen para ser explicados, aun dentro del mecanismo, conceptos que tienen su origen en la psicología, como los de sensibilidad diferencial y asociación de sensaciones, bajo el último de los cuales se reúnen las funciones psíquicas inferiores. Por otra, la conducta de los animales superiores, de los vertebrados, no parece fácilmente reductible a reflejos y a las cadenas de reflejos que constituyen los instintos, que son lo único que poseen los animales invertebrados. Los vertebrados, por el contrario, dotados de un cerebro análogo al del hombre, gozarían de una inteligencia sólo diferente en grado de la del último. Ahora bien; lo esencial es aquí lo que puede concebirse como una máquina, o pretende poder concebirse mecánicamente; lo otro, lo psíquico, quedará relegado a un lado como un residuo accesorio. Por esto, a pesar de todas las anteriores e importantes concesiones, se tiende a considerar dicho aspecto psíquico de la vida como el conductismo lo hacía, a la manera epifenomenista, como un añadido, como algo que en nada explica la conducta, como un mero acompañante de ésta, como su sombra. Y, sin embargo, cuando nos referimos a los animales superiores, es la tesis chocante. Por ejemplo: si el perro no sintiese dolor al quemarse, si fuese una mera máquina ¿huiría del fuego? Según la tesis que hemos expuesto habría que responder que sí. Pero para ser entonces consecuentes deberemos negar también que la vida mental de nuestros semejantes es un factor de su conducta, pues las mismas razones (analogía y epistemología, a base de nuestra interpretación instintiva) que nos llevan a suponer esto, son las que nos hacen pensar que en los animales sucede lo mismo. Ahora bien; si admitimos que los animales superiores tienen una vida psíquica que interviene en su conducta, la analogía gradual en la escala de los seres vivos (analogía justificada) nos llevará a concedérsela en diferente grado y extensión a todos, animales y plantas, y aun a entrever su posibilidad más allá de ellos, en la materia. Por lo demás, sería muy poco probable que el hombre fuese un ser único en el universo y que la conciencia, el espíritu como factor, surgiese en él de pronto, sin precursores ni compañeros. Analogía y probabilidad, a lo que se unen razones epistemológicas, nos llevan a dudar, pues, de la tesis mecanicista-epifenomenista-conductista.

Pero, además: ¿es exacto que la vida, biológicamente considerada, pueda reducirse a mecánica? Éste fue, es cierto, el ideal de la ciencia del Renacimiento tal como se presenta a modo de programa en Descartes. Mas hay que hacer notar que hoy comenzamos a apartarnos de dicho ideal teórico. Efectivamente, como ya se indicó en el capítulo V, en la actual biología se opone, a la concepción mecanicista, la vitalista. Debemos considerar brevemente ahora este neovitalismo. En su forma más simple se reduce a mostrar que en la vida hay mucho irreductible a la mecánica y que, por lo tanto, en aquélla debe existir algo más que mecanismo. Para otros más audaces (Bechterew, M. Rignano) sería éste algo más, una energía vital; término vago y que en la experiencia científica no parece admisible. Por último, para Hans Driesch se trata de un factor no espacial y director según fin. Así, la actividad de los seres vivos resultaría irreductible totalmente al mecanismo. El punto de vista de Driesch merece párrafo aparte.