El Dibujo y la Pintura en las Expresiones Artisticas
2. Bodegón y la naturaleza muerta
La naturaleza muerta o bodegón es uno de los géneros pictóricos mejor asimilados por el público, y a cuatro siglos de su consolidación como vertiente autónoma sigue siendo un remanso para la vista. Su génesis se encuentra en la inquietud por representar puntualmente la Naturaleza: ya en la antigua Grecia se alababa la habilidad de Zeuxis, que según la leyenda pintaba uvas tan reales que eran picoteadas por los gorriones. La costumbre de engañar el ojo con ilusionismo gráfico fue un lugar común en las artes decorativas antes de que con los primeros bodegones en el siglo XVI la imitación del entorno pasara a un primer plano. El oficio fue parte esencial de esta clase de pintura.
Así, destacan los autores holandeses como Willem Claesz, cuyos logros técnicos son asombrosos y se manifiestan en su exquisita representación de platería, frutos y cubiertos. La burguesía de entonces cotizaba alto dichos trabajos y los pagaba acorde al tiempo (días, meses) que el artista invertía en cada obra. Tal situación fue un síntoma de la transición ideológica y social ocurrida durante el Renacimiento: la burguesía ganó terreno ante la realeza y fue justo en los bodegones donde se proyectó el nuevo poder económico adquirido por esta clase emergente. Hacia 1600 se estableció un orden jerárquico en los temas abordados por los pintores, donde el escalafón más bajo correspondía a la naturaleza muerta y en el punto más alto se hallaban los lienzos históricos o religiosos. En esa misma época Caravaggio replicó que es tan difícil pintar un canasta de frutas como un rostro humano. Lo anterior abrió un álgido debate que dos siglos después cerró Diderot al referirse a los cuadros de Chardin como naturaleza y verdad, tan verdaderas que podrían considerarse arriba de las pinturas históricas. A partir del siglo XVI se planteó que todas las cosas, además de un sentido literal, poseen tres niveles de interpretación: alegórico, moral y místico. La idea aplicada a este arte resultó en el desarrollo de esquemas teológicos dentro de la propia creación. Así, una flor puede representar la virginidad de María, las peras la dulzura de la sangre de Cristo y una nuez equivale al madero de la cruz. La presencia de insectos o roedores era sinónimo del mal operante. De acuerdo con lo último, las obras se convertían en un teatro donde el bien y el mal pugnaban de modo imaginario para producir una moraleja. La naturaleza muerta tiene múltiples clases (de frutas, cacería, mercados, instrumentos musicales, etcétera) donde el más profundo en su sentido figurado es el vanitas, en el cual los artistas proponen la meditación sobre lo pasajero de la vida y los bienes materiales. Una vertiente más sutil, que mezcla simbolismo y oficio como una nueva percepción del espacio, se desarrolla en España, donde autores como Antonio Ponce ofrecen matices espirituales y austeros a sus obras. Un lugar especial ocupan los pocos bodegones, piezas clave, pintados por Francisco de Zurbarán, donde los volúmenes, contornos, sombras y colores se conjugan en un solo esquema de reflexión. Y es que como señala Margit Roswell: la naturaleza muerta es un sistema de objetos, es decir, un conjunto integrado por partes que se interrelacionan y que pueden ser interpretados por su forma y contenido y que en suma, proponen una manera personal de representar la realidad.